miércoles, febrero 28, 2007

Fundamentación Libre tránsito y radicación en cualquier país de la región

Las fronteras han sido presentadas, con cierta ingenuidad, como la piel de las naciones: demarcan el medio interno, el hábitat, el espacio vital que cada pueblo necesita para su desarrollo.
Las fronteras sirven para hacernos creer dueños soberanos de recursos cuyos beneficios no disfrutamos, sino que los disfrutan otros como son las multinacionales de los hidrocarburos, de la minería, de la pesca, etc.
Las fronteras les sirven a los amigos del “control”, a aquellos que quieren mantener el miedo a lo extraño.
Las fronteras sirven al poder político: “trafican” con una suerte de identidad nacional que logran manipular al plantearle a los “ciudadanos” que el territorio que desconoce en toda su extensión, es “nuestro” y por tanto de “uno”. Si es de “uno”, entonces es parte de un supuesto territorio acostumbrado, familiar, que debo sentir como propio.
Para algunos amigos del “control” decir, extranjero es referirse a todo aquél que no conozco, cuyas costumbres no conozco, cuya piel es distinta, cuyo acento es distinto, aun cuando hablemos el mismo idioma.
Los amigos de la certidumbre y de lo concreto piensan que sólo lo “conocido” sirve para vivir, que es su mundo, su fuente de recursos materiales y afectivos. Cree ingenuamente que mientras cumpla con los límites que se le han impuesto, podrá disfrutar de ellos.
Eso creen algunos, no obstante, nuestra impresión es que no tenemos recursos que disfrutar, más bien nos pesan las obligaciones para con un sistema discriminador y violento y se nos reconocen escasos derechos en la práctica, aunque en el discurso seamos “todos iguales ante la ley”.
Depende de qué lado de la frontera nacimos se impone la discriminación por género, raza, religión y se tiene acceso a determinados recursos como el agua, el mar o la tierra fértil.
Sin embargo, las fronteras, las reales fronteras, no dividen territorios sino miradas. Hemos crecido dentro de miradas demarcatorias que nos fueron impuestas: algunos son como uno; algunos son diferentes y, a veces, esa diferencia termina en rechazo. Y las consecuencias sociales del rechazo marcan el comienzo de las relaciones violentas entre pueblos hermanos.
La migración, que desde nuestro punto de vista es un bien, es muchas veces la consecuencia directa de la globalización neoliberal. Esta globalización está hipotecando el presente y el futuro de los pueblos y muchas veces los ciudadanos huyen angustiados de la violencia debido a la desesperanza que le causa permanecer en el lugar de origen, sin futuro para ellos y sus hijos.
Los amigos del “control” en vez de solidarizar con la situación de un pueblo hermano, se orientan a "frenar" el desplazamiento de las personas buscando "proteger" sus propios "intereses".
Este "freno" se lleva a cabo a través de la implementación de "filtros administrativos" en las fronteras de los países y se complementan con campañas (solapadas) en la población local, haciendo ver ciertas "consecuencias" que tendría para la comunidad el ingreso de estos “extranjeros”: en efecto, desempleo y bajos sueldos para la comunidad local.
De este modo, la administración genera una animosidad adversa a los inmigrantes en la localidad, convirtiendo a la comunidad en una "extensión cotidiana" de sus políticas migratorias. Así, quienes logran pasar los "filtros administrativos", sufren la resistencia velada y también manifiesta de la población local impidiendo de este modo lograr concretar las aspiraciones de mejor calidad de vida.
Todas estas situaciones las sufren las personas y no las grandes empresas transnacionales ni los grandes capitales, los cuales circulan entre nuestros países con total libertad e impunidad y prácticamente sin "filtros administrativos" como parte del “proceso de globalización” al que “debemos” adherir. Son las transnacionales, junto a los socios locales, los verdaderos responsables del desempleo en nuestros países latinoamericanos y no los inmigrantes, como se buscar sostener en el discurso tácito oficial.
Sabemos que, en América Latina han existido históricamente y, hasta hoy, existen conflictos entre países que, en su origen, no son generados por sus pueblos, por su propia gente, sino que más bien son producto de la intención de quienes detentan el poder, influenciados por intereses políticos y económicos y que gracias a la manipulación de los medios de comunicación termina convirtiéndose en un conflicto real entre las personas, haciendo que cada uno de nosotros tome posición por uno u otro bando.
Todos estos factores solamente sirven de ante-predicativos para la relación entre nuestros pueblos, son los que finalmente generan que no exista la libre circulación real de las personas por nuestro continente y que se produzcan situaciones de maltrato, de violencia y discriminación.
La migración, lo diferente, lo extraño, en lugar de producir temor, es una oportunidad para conocer, informarse, conectarse, para abrirse, para aprender de los otros pueblos americanos y reconocer la riqueza que existe en cada uno.
Es por ello que consideramos fundamental reconocer el derecho legítimo que tiene todo ser humano a elegir el lugar dónde quiere vivir y en qué condiciones quiere hacerlo y al mismo tiempo el derecho de circular con toda libertad entre países, sin restricción, sin discriminación, sin cedazos administrativos, sin que nadie que le pregunte: “¿a donde va?”.
[1] Bruno Jerardino Wiesenborn , Coordinador Comisión Eje temático “Libre tránsito y radicación en cualquier país de la región” de la Vocería Humanista Latinoamericana.

Centro de Estudios Humanistas, 21 de Febrero de 2007.
Madeleine John Pozzi

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